Publicado: 10 Septiembre 2020 em almudi.org
"Erótica y materna", el nuevo libro de Mariolina
Ceriotti Migliarese sobre la condición femenina, aporta reflexiones de
urgente conocimiento sobre la alteridad sexual y la complementariedad de los
sexos.
Erótica y materna. Un viaje al universo femenino (Rialp, 2019), el nuevo libro de la neuropsiquiatra y
psicoterapeuta Mariolina Ceriotti Migliarese, constituye el
complemento indispensable a su anterior obra: Masculino. Fuerza, eros, ternura.
Con ello, pretende simbólicamente destacar la necesidad de revalorizar uno de
los fundamentos antropológicos esenciales del ser humano que hoy está en grave
crisis: la alteridad sexual y la imprescindible
complementariedad entre los sexos. Por esto, es importante insistir una y
otra vez, tal como hace Ceriotti: “Cada cachorro humano necesita tanto
de un padre como de una madre. Para el buen crecimiento son necesarios adultos
dispuestos a madurar en la conciencia del deber específico de su propio código,
aquel del que son portadores potenciales en base a su sexo”.
Las pérdidas de la revolución sexual
Desde la revolución del 68 hasta nuestros
días el concepto y la propia vivencia de la maternidad ha experimentado fuertes
cambios. La lucha por la igualdad en derechos y deberes entre los sexos fue a
lo largo de siglos una batalla por la justicia y la dignidad de la mujer. Sin
embargo, como afirmo Sigrid Undsted, “el movimiento feminista
se ha ocupado tan sólo de las ganancias y no de las pérdidas de la liberación”.
En la década de los setenta, una vez alcanzada cierta igualdad, al menos
formal, en derechos y deberes, comenzó un nuevo movimiento feminista de corte
igualitarista cuya pretensión no era ya sólo la igualdad jurídica, sino la
identidad con el varón en todas las facetas de la vida. En expresión de Jutta
Burgraff, reclamaban una “igualdad funcional de los sexos”.
De las vindicaciones limitadas al ámbito
público se pasó a la exigencia de igualdad también en la vida privada,
reclamando la eliminación radical del tradicional reparto de papeles entre
varón y mujer, lo que afectó a facetas tan íntimas como: las relaciones
sexuales, la maternidad, la crianza de los hijos o el matrimonio. La mujer
comenzó a renunciar a su propia esencia femenina, sin ser consciente del
menoscabo que esto implicaría a largo plazo para su libertad y su pleno
desarrollo personal. Al negar radicalmente la existencia de ciertos rasgos
femeninos innatos, por vez primera en su historia, el movimiento feminista iba
contra sí mismo, contra su propia razón de ser y se desnortaba autolesionando a
las mujeres a las que en un principio defendió.
La mujer asumió de forma espontánea, y sin
queja alguna, que los roles masculinos eran los justos y
oportunos, que debía imitarlos para lograr la igualdad, y adoptando un
comportamiento y en ocasiones un aspecto varonil se traicionó a sí misma,
sacrificando su alma femenina, a cambio de ser aceptada en el universo
masculino. De este modo, ha llegado hasta la actualidad la idea, fuertemente
implantada en la sociedad, de que trabajar en casa, ser buena esposa y madre,
es atentatorio contra la dignidad de la mujer, algo humillante que la degrada,
esclaviza e impide desarrollarse en plenitud. Y que, para ser una mujer
moderna, es preciso previamente liberarse del yugo de la feminidad, en especial
de la maternidad, entendida como un signo de represión y subordinación: la
tiranía de la procreación.
‘Erótica y materna’ apela a ese modelo de mujer que, habiendo sido
madre, sabe guardar la medida adecuada de su parte “erótica”, es decir, de su
ser mujer, sin permitir que quede anulado o devorado por su lado maternal-
Así, en la actualidad, como expone la autora,
“se está produciendo una transformación progresiva en nuestros principales
códigos simbólicos” y nos encontramos con mujeres que renuncian abiertamente a
tener hijos, porque entienden que “maternal es sinónimo de sacrificial”; y
otras que, habiendo sido madres, sufren desviaciones en el ejercicio de la
maternidad. La mujer-madre “equilibrada”, es decir, aquella que habiendo sido
madre y ejerciendo orgullosa una maternidad plena no renuncia a su propio
desarrollo personal y profesional, tratando de encontrar el punto medio de la
balanza entre ambos ámbitos de su vida, es difícil de encontrar.
El título de la obra de Mariolina Ceriotti, Erótica
y materna, va dedicado precisamente a ese modelo femenino-maternal de
mujer que, habiendo sido madre, sabe guardar la medida adecuada de su parte
“erótica”, es decir, de su ser mujer, sin permitir que quede anulado o devorado
por su lado maternal. Se trata de aquella madre que no es toda y solo madre, en
beneficio, no únicamente de ella misma y de su propio crecimiento personal,
sino en claro beneficio de sus hijos y de su pareja. Este modelo de mujer será
más libre y dará más libertad y autonomía a sus propios hijos. “Lo erótico y lo
maternal, el amor de sí y el amor al otro, son dos componentes inescindibles de
la condición femenina… ambos deben encontrar un equilibrio y una integración
mutuas”.
La buena madre
Si bien es cierto que en los primeros años de
vida de los vástagos el apego materno-filial que se crea es muy fuerte, toda
madre debe ser consciente de la necesidad de conjugarlo con ciertas dosis de
“desapego” para que la relación sea equilibrada y sana. La relación
madre/hijo no debe ser exclusiva y excluyente; desde el primer momento
la madre debe hacer frente al desafío de lograr, como afirma Ceriotti, “la
justa distancia emotiva y física… vigilarla continuamente y redefinirla en
función del momento evolutivo del hijo”.
La enorme fuerza del vínculo materno-filial
presenta riesgos. Las mujeres corremos el peligro de transformar con suma
facilidad el instinto de donación que nos caracteriza, en instinto de posesión
y de exclusión, y convertir la solicitud en un control exhaustivo y agotador;
creando entre la madre y el hijo un “continuum psicofísico especial,
que da forma a una relación de pertenencia e influencia mutuas”. Como señala
Ceriotti, cuando la madre transforma su amor en apropiación y control, “sin
proponérselo, acaba cargando al hijo con una deuda de gratitud imposible de
saldar y culpabilizadora, que también le va a condicionar en sus decisiones
afectivas de adulto”. En estas circunstancias, es misión del padre salvar a la
madre y al hijo de ese peligro; especialmente aquellas madres demasiado
ansiosas o preocupadas que le transmiten una percepción del mundo como un lugar
plagado de peligros y, en consecuencia, la idea de que solo estará a salvo en
el regazo materno.
La dación de amor de las madres, el instinto
amoroso materno, puede volverse en nuestra contra en ausencia de padre (o ante
un padre “insignificante”), pues un amor
ilimitado puede asfixiar a los hijos. La madre teje alrededor de los
hijos un “útero virtual” (Naouri, 2008) con el fin, consciente o no, de
mantenerlo indefinidamente en su interior. En estas circunstancias de simbiosis
madre/hijo, “sofocante y antivital” (Risé, 2006), al padre correspondería dotar
al hijo de libertad frente a la posesión obsesiva de la madre.
La madre, en
ausencia de padre o cuando éste no es significativo, puede desarrollar,
en palabras de Aldo Naouri, un “amor caníbal”, capaz
de devorar a sus hijos; no se desvincula de ellos, lo que no
permite que éstos adquieran su propia identidad como sujetos independientes y
se sientan siempre como una prolongación de la madre. En palabras de
Sullerot, en estas circunstancias, “el hijo no es más que un pedazo de la
madre y el padre no es nada”.
La dación de amor de las madres, el instinto amoroso materno, puede volverse
en nuestra contra en ausencia de padre
Cuando la madre no es capaz de liberar al
hijo de sí misma en la justa medida, corresponde al padre, con una presencia
real y afectuosa, reconducir la relación a sus justos términos para el bien de
ambos. Debemos ser conscientes de que el seno materno es íntimamente
acogedor, pero a la vez es profundamente limitativo. La entrada del
padre en esa unidad abre al hijo a la necesaria relación con el mundo que le va
a permitir desarrollarse como persona de forma plena fuera del influjo del
regazo materno. En todas las culturas, la separación del hijo de la
madre es un hecho esencial, un momento decisivo, no sólo para la vida del hijo
y de la propia madre, sino para la entera sociedad. En palabras de
Ceriotti, el hijo verdaderamente libre desde el punto de vista psíquico es el
hijo de “la pareja”. Por ello, señala la autora que la mujer que respeta al
hombre y le permite cumplir el cometido que le corresponde, en complicidad y
complementariedad con ella, será una “buena madre” en la medida que le permite
a él ser padre.
La madre narcisista y el hijo producto
Pero, entre las desviaciones de la maternidad
expuestas por Ceriotti, es muy usual en la actualidad encontrar madres cuya
maternidad “devora” su lado femenino. Se anulan como mujeres al centrar el
sentido de su vida sola y exclusivamente en la maternidad. Este fenómeno se da
especialmente entre aquellas mujeres que han optado por la maternidad en
soledad, muchas de ellas por técnicas de reproducción asistida, cuyo
número está aumentando de forma alarmante y exponencial en los último años. En
España, este perfil subió en 2018 un 13%. En algunas Comunidades como Baleares,
el aumento es del 96% (datos proporcionados por El Mundo, 15
septiembre 2019). El neofeminismo de la década de los 70 se resumía en
la reivindicación “mi cuerpo es mío”. La mujer, al apropiarse de su
cuerpo, del embrión, del hijo, pretendía apropiarse también de la parentalidad,
marginando o negando al padre. La mujer, con los medios anticonceptivos,
adquirió un sentimiento de propiedad absoluta sobre los hijos. Desde
entonces “la paternidad está determinada por la madre” (Sullerot, 1993),
depende por completo de su voluntad y deseos.
Pero tener un hijo siguiendo simplemente los
deseos o sentimientos del momento supone en muchos casos un ejercicio de individualismo
narcisista que perjudicará la estabilidad y equilibrio personal del niño.
En este sentido, el Comité de Bioética de España, en 2017, alertó sobre los
riesgos que se desprenden de basar una decisión tan relevante en los meros
deseos: “Frecuentemente se ha sostenido que el deseo de tener un hijo es la
mejor garantía de que será querido y cuidado. Pero no es exactamente así (…)
Nuestra sociedad ha tendido a promover la satisfacción de los propios deseos,
pero no tanto a asumir las responsabilidades que esos deseos pueden traer
consigo (…) aunque exista el deseo y se mantenga firme a lo largo del tiempo,
no asegura que el hijo vaya a recibir los mejores cuidados y educación. Para
ello, es necesario que ese deseo no sea patológico, inmaduro o egoísta”.
Además, cuando un hijo es muy planificado,
cuando es “producido”, especialmente por técnicas de reproducción asistida,
se da lugar, entre otras, a una consecuencia para el hijo
indeseada, lo que Habermas (2019) califica como un “menoscabo de su
autocomprensión moral”. Pues al “crear” al hijo mediante un procedimiento
tan planificado éste resulta sustraído de toda contingencia, espontaneidad o
improvisación, que de algún modo existe en el inicio natural de la vida en
general. Aquel hijo, nace sometido a una relación de dominio, por lo que
será menos libre (“la libertad humana requiere un comienzo indisponible”),
pues los hijos son libres cuando su llegada al mundo escapa de nuestro control,
cuando en su advenimiento influye “cierto factor de riesgo” o “la
ayuda parcial del azar en la actividad sexual de sus padres” (Naouri, 2005);
cuando no nos deben la vida a nosotros sino a un proceso vital, como ha
sucedido en las generaciones precedentes.
Al niño programado se le exige
inconscientemente por la madre que “lo encargó” lo mismo que se exige actualmente con otros productos de
nuestra sociedad: que sea perfecto, que funcione bien, que no decepcione
jamás, que cumpla las expectativas que se depositaron en él cuando fue “creado”.
Lo que generará ansiedad en la madre y, en consecuencia, los
correspondientes sentimientos de angustia e inseguridad en el
hijo-producto-posesión. En cambio, el niño no planificado, el niño
“sorpresa” será siempre más libre porque, como afirma Ceriotti, “su vida no
está pensada para responder a una necesidad de sus progenitores”, lo que
permite a aquellos encontrar “la distancia emotiva necesaria para apoyarle y
guiarle sin pretender el control de su vida”.
Vuelta al equilibrio entre los sexos
Hablar del padre y de la madre, del varón y
de la mujer y de la existencia de unas características propias de la educación
paterna diferentes de las propias de la educación materna, como hace Ceriotti,
implica presuponer la existencia de unas diferencias inherentes, naturales,
entre hombre y mujer; significa reconocer la alteridad sexual como
fundamento antropológico esencial y el dimorfismo sexual como parte de
la naturaleza humana.
El intento de vivir sin una identidad,
femenina o masculina, está provocando frustración, desesperación e infelicidad
entre muchas personas incapaces de ir en contra de su propia esencia. La crisis
de identidad personal es el principal problema de la sociedad contemporánea en
los países desarrollados. En esta situación, cuando la sociedad pierde el
sentido de una de las variantes humanas, como la diferencia sexual que funda y
estructura a la vez la personalidad y la vida social, no puede sorprendernos
constatar la alteración del sentido de la realidad y de las verdades objetivas.
Es urgente que la mujer recobre su esencia,
vuelva a ser ella misma, diferente del varón y por ello única y especial. Su
capacidad de tener hijos aporta un sentido biológico a su vida de tal magnitud
que sería suficiente para justificar su existencia. Esto le permite
adquirir muy pronto madurez, sentido de la gravedad de la vida y de las
responsabilidades que ésta implica. Las mujeres nacen con una explicación
natural de su propia valía. En palabras de Gurian (2004), la niña nace con
un sentido innato de su significado personal. Juan Pablo II se refería a este
don femenino como “el genio de la mujer”. Y Burggraf (1990) lo definía como esa
delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás,
esa capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de
comprenderlos. Se la puede identificar, cuidadosamente, con una especial
capacidad de mostrar el amor de un modo concreto, y desarrollar la “ética del
cuidado”. Pero, como afirma Ceriotti, “si la mujer pierde conciencia de sí
misma y de los dones que porta, la vida de todos se empobrece, se vacía y se
vuelve más árida”.
El intento de vivir sin una identidad, femenina o masculina, está provocando
frustración, desesperación e infelicidade entre muchas personas incapaces de ir
en contra de su propia esencia.
Además, las mujeres no deben perder de vista
que, como señaló Blanca Castilla (2002), “la única defensa eficaz de la
maternidad es que haya varones que descubran la paternidad”. Y, sin duda, la
persona que más puede influir positivamente en un hombre para que ejerza
correctamente su papel de padre es su esposa, con su apoyo y valoración. Para
ello, como afirma Ceriotti, “la mujer tendría que ser compañera del hombre, en
la igualdad absoluta de valor y en la diferencia profunda del ser”. Sin
embargo, las realidad es que “nunca hasta hoy hemos tenido tan cercana la
posibilidad de comprender la igualdad de valor entre los sexos, su reciprocidad
en la diferencia. Y al mismo tiempo, nunca nos hemos encontrado más alejados,
desviados y confundidos, al convivir en una cultura que niega el valor de la
diferencia. Precisamente en esto reside la paradoja de nuestro mundo actual”.
En definitiva, estamos ante un libro que se
propone aportar elementos de reflexión sobre la condición femenina, sobre la
mujer, “esa parte del género humano que concede (o no) el acceso a la vida”,
sobre la compañera del hombre. Un tema fundamental para el sexo femenino pero
también para los hombres que necesitan aprender a comprender mejor a las
mujeres, con el objetivo de reencontrarse, respetarse y quererse, dentro del
reconocimiento de la diferencia que nos complementa y equilibra.
María Calvo Charro, en nuevarevista.net.
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